Comentario
La continuidad de las corrientes fijadas durante la primera mitad del Seicento es todavía más evidente en pintura. Precisamente, a fines del siglo, después de los grandes techos decorativos pintados por Lanfranco y Cortona, la pintura ilusionista vive momentos de inusitado esplendor. Los resultados más originales, aquellos que mejor consiguen expresar el sueño barroco de dominar el espacio infinito, gracias a refinados juegos perspectivos, vienen de la mano de Giovanni Battista Gaulli, llamado il Baciccia (Génova, 1639-Roma, 1709), con el Triunfo del Nombre de Jesús pintado en la iglesia del Gesú (1672-83), y del jesuita Andrea Pozzo (Trento, 1642-Viena, 1709), con la Gloria de San Ignacio realizada en la iglesia homónima (1691-94).Aunque ambas obras son gigantescas máquinas pictóricas en las que triunfa la decoración ilusionista, los contrastes entre ellas son muy significativos. En su retórica exuberante y envolvente, Baciccia se aproximó, particularmente, a las lecciones básicas de Bernini, como el principio de interacción material e ilusoria de todas las artes, en la unidad de percepción global y en la idea de ininterrumpida continuidad de las formas en el espacio. Pozzo, por el contrario, racionalizó en una síntesis pictórica todos sus enciclopédicos saberes matemáticos y geométricos y su amplia experiencia de escenógrafo, acostumbrado a crear espacios ficticios mediante trucos y engaños ópticos, que por lo demás coetáneamente sistematizaba en su "Perspectiva pictorum et architectorum" (1693).La obra de Baciccia fue considerada por pintores y escultores, sobre todo de otras ciudades de Italia e incluso europeos, como el modelo ideal de decoración religiosa. Aun así, padeció las secuelas de las áridas controversias que, cincuenta años atrás, habían enfrentado de manera irreconciliable a Pietro da Cortona y a Andrea Sacchi. Y es que las posiciones dogmáticas de Sacchi volvieron a ser repropuestas por Carlo Maratta (Camerano, 1625-Roma, 1713), el campeón romano del nuevo clasicismo que triunfaba tanto en Roma como en París y que haría de puente del neoclasicismo del siglo XVIII. Formado en la escuela de Sacchi, en el Triunfo de la Clemencia, pintado al fresco en el palacio Altieri (posterior a 1670), donde recupera el esquema del quadro riportato, Maratta enfatiza con su ecléctico clasicismo la vuelta a la concepción lineal e intelectual de la pintura en contra de la visión barroca -esencialmente pictórica y colorista-, marcando el triunfo de la reflexión abstracta sobre la fuerza creadora.